Diario de mar
La 202 es una habitación sin vistas. Paredes encaladas como muros blancos y sin ventanas. Sudor de humedad, pintura desconchada. Las antenas en hilera semejan un Gólgota de cruces de metal. A las ocho de la tarde el azul plomizo del cielo y sus nubes lisas como estelas de un avión otorgan belleza al paisaje gris e inalterable de este barrio costero. Sobre la cama está mi móvil. Buenas noticias. Hace un año, justo aquí y a esta hora el móvil también traía noticias, pero el corazón daba un vuelco distinto. Volver al mismo lugar en verano puede no solo ser cuestión de rutina, sino de balance. Salgo, bajo escaleras, entro a un cuarto donde me esperan con vistas a la playa en la cara principal del hotel. El sol declina deprisa, el mar se oscurece y a lo lejos el malecón empieza a amarillecerse de unas luces de farolillo, allá en esa franja del horizonte que separa estas aguas poco profundas del mar abierto del Mediterráneo. La mano descuidada del hombre no quita para que esto deje ...