El pueblo que no votó
En el Tau Chen las persianas
están bajadas, pero la puerta sigue abierta. Son pasadas las ocho de la tarde y
los dueños terminan de comer. “¿Se puede?”. Una de las cocineras asiente
sonriendo: “Claro, claro, pasad". Mi acompañante lleva una gorra azul
océano, tipo jugador de béisbol. No hace sol, está nublado y ha chispeado cuando
veníamos de camino por las Cuevas de Zaén y Bajil, en el Cerro de las
Víboras. El camarero nos prepara una mesa. Es alto,
amable, de piel atezada, de cejas negras y en sorpresa, de boca siempre
predispuesta a la sonrisa. Al poco rato, entra más gente en el Tau Chen. Mi acompañante apura el culo del tercio, llama al camarero, le pide el último y le pregunta: “¿Es verdad que no votasteis el
domingo aquí en Benizar?”. “Somos ochocientas y pocas personas, contando
con Mazuza, Otos y Casa Requena. Pues solo votaron dieciséis”. “¿Y por qué?”,
pregunto yo. “Porque nos sentimos abandonados”. Mi acompañante dice: “A lo
mejor se convierte en un movimiento que contagie a otros territorios
despoblados, como Teruel, Soria...”. “Puede ser una historia bonica el efecto
dominó, sí", dice el camarero. La semana pasada fue la tercera noticia más
leída en Google. También la sacaron en un medio italiano. En el pueblo, “periodista
por aquí, periodista por allá. A mí me llamaron de una radio de Barcelona”,
dice y se va a otras mesas. Detrás, una mujer y un hombre con polos blancos, en
cuyas espaldas se lee «urgencias», piden pizza. De pronto pienso que el hospital comarcal
está a más de 50 kilómetros y que la ambulancia tarda entre hora, hora y media.
Este temor prolongado no debe de ser sano. En la tele juegan el Barça y el
Liverpool y la barra se anima de jóvenes. Nosotros nos marcharnos ya. El camarero nos
confiesa antes de despedirse: “Nos pusimos de acuerdo para que a los
mítines no fuera nadie”, y ríe pícaro. En la carretera hay parches recientes donde
antes había socavones: algo han conseguido con el sufragio de la abstención.
Pero saben que no es suficiente. Cuando nos alejamos, ocurre una escena que a
mí particularmente siempre me sobrecoge al dejar atrás estas tierras sufridas:
las luces del pueblo desaparecen enseguida en la oscuridad del espejo
retrovisor, como si nunca hubiera existido.
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